Oda a los animales

“¡Hágase la Luz!” Y la Luz se hizo.
“¡Hiervan las aguas de seres vivos, vuelen los pájaros sobre la tierra!”
“¡Produzca la tierra seres vivos según su especie!”
“¡Animales domésticos, animales pequeños y animales salvajes, según su especie!”
Y así se hizo.

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Hechos por la voluntad del Creador , destruidos por la voluntad del hombre. ¿Existe algo más sórdido, más torpe que un crimen practicado en contra de una criatura indefensa, como lo es el animal?

Al contrario del ser humano, el animal es siempre inocente en todas las circunstancias. Jamás sufre por culpa propia, por falta de respeto a cualquiera de las leyes de la Creación, mas, tan solo, debido a la maldad del bicho hombre y de los muchos desequilibrios que éste provoca en el planeta. El Homo sapiens se tornó un animal degenerado, probó y comprobó ser una especie que no funcionó, y por eso tendrá que desaparecer ahora de su hábitat. Así lo determina la madre Naturaleza en contra de cualquier cosa que perturbe la armonía y no se ajusta a sus leyes.

Tendrá de desaparecer en su casi totalidad, para que las otras especies puedan continuar a desenvolverse en paz, sin que sea necesario temer más a ese monstruo ensandecido, que nada ve delante suyo, sino su propio bienestar. Un “bienestar” con frecuencia, regado con falta de respeto, tortura y muerte de animales.

Para que hembras vacías de esa especie humana, puedan deleitarse con pieles suaves, cachorros de focas son muertos a palos delante de sus madres-foca, desesperadas. Para que los machos astutos de esta especie, no sufran la reducción de sus lucros en el comercio de la carne de pollo, pollitos recién nacidos son lanzados vivos al fuego. Y para que un tipo especialmente sórdido de esa especie – el Homo politicus – pueda quedar bien con sus electores, tan sórdidos como ellos, acaba de surgir en Brasil un proyecto de ley que autoriza el sacrificio de animales, con la finalidad del culto religioso. Cultos que invocan y piden protección a los seres de la naturaleza…

Un libro entero podria ser escrito, sólo para describir las atrocidades que el ser “humano”, cobarde a más no poder, ha sido capaz de practicar en contra de los animales, puestos en la Tierra en confianza, para ser cuidados, guardados y respetados por la especie dominante. Y una enciclopedia podría ser elaborada, apenas para registrar la enorme, la gigantesca indignación que invade a los pocos miembros de la especie humana que todavía aman, de todo corazón, a la Naturaleza y a sus entes.

La verdad es que, algunas personas todavía se sienten, a veces, a disgusto, algo avergonzadas, al tener que admitir, para sí mismas y para otros, que prefieren cuidar y tratar de un animal doméstico, que ayudar o adoptar un niño de la calle. Al fin de cuentas, este último es un ser humano…

No hay motivo para tal contricción. Esas buenas personas, sienten intuitivamente, inmediato amor y dedicación por el animal justamente porque él no es un ser humano! El animal nunca es disimulado en sus acciones. La mirada amorosa de un animalito dirigida a su dueño, será siempre legítima. Jamás encubrirá la envidia, el inconformismo y el malquerer, típicos de los individuos que tienen que recoger en esta época, los frutos podridos que sembraron en su inútil y nociva existencia. Individuos que nunca sintieron ningún amor, ni siquiera cariño por los animales, y sí apenas, desprecio. Que nunca nutrieron, íntimamente, ningún deseo de ofrecerles, en agradecimiento, una simple oda, mas apenas, odio, un odio sin justificativa y sin tamaño, o más bien, del tamaño de su propia ignominia.

Ellos no lo saben, ni siquiera desconfian, pero hace mucho ya, que tampoco son seres humanos. Perdieron el derecho a esa denominación cuando sus almas, desfiguradas por la codicia, por el odio y la ingratitud, dejaron de tener cualquier semejanza con los seres surgidos otrora, a imagen del Creador. Descendieron muy por debajo del nivel ocupado por cualquier animal de la Tierra, que nunca mató por placer, que nunca se divirtió con el sufrimiento de su semejante, que nunca confrontó al Omnipotente.

No vale la pena continuar a discurrir sobre el abominable crimen milenario, del ser humano contra los animales. Del enorme rosario de culpas que tendrá que responder delante del trono del Juez, este delito, específicamente, no podrá contar con ningún atenuante. Quien practica, o siquiera, presta apoyo, a cualquier acción dirigida en contra de los animales, ya no cuenta más espiritualmente. Visto desde arriba, no existe más en la Creación. Apenas, continuará a vegetar algunos años más aquí en la Tierra, hasta ser barrido para fuera de la gran Obra, para alivio de todas las demás criaturas, creadas por la misma Voluntad del mismo supremo Dios.

Me gustaría apenas, citar un diminuto trecho de la conocida carta que el cacique Seathl envió, en 1855, al presidente de los Estados Unidos, el punto en que hace mención a los animales:

“Vi millares de bisontes pudriéndose en las praderas, abandonados por el hombre blanco, que los abatía a tiros disparados desde el tren. Soy un salvaje y no comprendo como un humeante caballo de hierro, pueda ser más valioso que un bisonte, que nosotros, los indígenas, matamos apenas para mantener nuestra propia vida. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se terminaran, los hombres morirían de soledad espiritual, porque todo lo que sucede a los animales, puede afectar también a los hombres. Todo está relacionado entre si. Todo lo que hiere a la tierra, hiere también a los hijos de la tierra. (…) El hombre blanco también va a desaparecer, tal vez más deprisa que las otras razas. ¡Él continúa contaminando su propia cama, y ha de morir una noche, sofocado en sus propios deyectos!”

Felizmente, el sabio cacique no vivió para constatar que su predicción, ya tan amarga, no quedaría restricta al hombre blanco, sino que se extendería a toda la humanidad del futuro. No precisó ver cómo el ser humano, capaz de, en su época, dejar bisontes descomponiéndose en las praderas, estaría, él mismo, con su alma putrefacta al final de los tiempos, rumbo a la descomposición espiritual. No tuvo que asistir, cómo la raza humana estaba marcada para la extinción, y que no dejaría detrás suyo ningún buen recuerdo, ninguna nostalgia, a las demás especies que subsistirían en la Tierra. Ese sufrimiento le fue evitado.

Roberto C. P. Junior