Concepto de Tiempo

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El tiempo… ¿Cómo definir esa grandeza? La respuesta no es obvia. Requiere un análisis más profundo, cosa que hoy en día, poca gente se dispone a hacer… ¡por falta de tiempo! El tan precioso tiempo consumido casi por entero en la lucha por la vida, en la batalla diaria que se extiende por años, décadas, hasta la apoteosis gloriosa: la autocondecoración con la medalla de “ganador”, galardón que otorga al agraciado el derecho de disfrutar del ocio en el hogar, con la conciencia del deber cumplido. Abrigado en esa última trinchera, podrá entonces, finalmente, aprovechar el tiempo.

Es cierto que, durante el desarrollo de esa lucha cotidiana, este ajetreo y el bullicio loco, conseguimos reservar algunas horas semanales para el ocio y el descanso, pero no para meditar sobre los temas cruciales de la vida. Para esas cosas no disponemos de ningún tiempo, no podemos absolutamente perder tiempo con eso.

“¡Asunto de filósofos!”, dirán muchos en un segundo, con paso apurado, sonrisa en los labios y ojos pegados al reloj. Y así vamos todos, filósofos y no filósofos, corriendo por la vida, sin vivirla, sin sentirla realmente, sin extraer de ella las enseñanzas y reconocimientos que nos posibilitarían crecer como espíritus humanos que somos.

Comemos, bebemos y dormimos, exactamente como un rebaño bovino. Tal vez un poco más, pues también estudiamos compulsivamente, trabajamos mecánicamente y nos divertimos ansiosamente. Exactamente como se espera de un rebaño humano. Pero, ¿será que la vida se agota en eso, en dispender algunas décadas en esas actividades gregarias, y nada más? ¿Y el espíritu humano? ¿Qué hace él, el espíritu, en ese espacio de tiempo, integralmente tomado por las necesidades corpóreas, tan prioritarias?

Antes de contestar a esas preguntas, vamos a intentar comprender la naturaleza del tiempo. De acuerdo con la teoría de la relatividad de Einstein, espacio y tiempo están interconectados. A velocidades próximas a la de la luz, la masa de un cuerpo aumenta en forma perceptible, el espacio se contrae y el tiempo pasa más despacio.

¿El tiempo pasa más despacio? ¿Cómo eso es posible? ¿El ritmo del tiempo puede alterar su pulsación bajo determinadas circunstancias? ¿El tiempo, por cierto, pulsa realmente?

En la infancia, teníamos la nítida impresión de que el tiempo realmente pasaba más despacio. Transcurría una eternidad hasta que el período de vacaciones llegara; la Navidad, siempre ansiosamente aguardada, era un evento que se repetía muy raramente; nuestro cumpleaños, entonces, más parecía un golpe de suerte cuando al fin surgía.

A medida que crecemos la historia se invierte. Parece que el tiempo se acelera. Apenas repetimos nuestras inmutables resoluciones definitivas de año nuevo y las semanas y los meses ya comienzan su desenfrenada carrera. Cuando nos damos cuenta, ya estamos a punto de terminar el primer semestre, y rápidamente nos sorprenden los primeros acordes navideños. Y a pesar de ese cambio de percepción, sabemos que las interminables horas de la infancia contienen los mismos fugaces 60 minutos de la fase adulta. ¿Cómo se explica eso?

Se explica por la vivencia. Es la vivencia del ser humano que cambia a partir de cierta edad, y no el tiempo. El tiempo no cambia. El movimiento de las agujas del reloj apenas registra, numéricamente, nuestro pasaje en el tiempo. El tiempo no pasa, nosotros somos los que pasamos dentro de él.

El tiempo no se altera, permanece estacionado. Lo que cambia, como mencionado, es la percepción que tenemos de él, de acuerdo con nuestra propia movilidad espiritual. Es como en un viaje en tren, en el cual el paisaje parece pasar con más o con menos rapidez delante de la ventanilla, según la velocidad de la composición. A pesar de dar esa impresión, no es el paisaje que se mueve sino el tren que pasa a través de él con mayor o menor velocidad. El paisaje es el tiempo, el tren es el espíritu humano, la velocidad es su capacidad de experimentarlo y vivirlo.

Vamos a tomar un ejemplo: el registro del pasaje de una persona por la Tierra. Puede ser medido en un bien determinado número de años. Digamos, setenta. Pero eso no significa que esta persona haya vivido tanto como otra, con el mismo registro de años. El registro es igual, pero la vivencia es distinta. Y lo que cuenta, como verdadera riqueza, como único lucro y sustrato de la existencia terrena, es la vivencia. Así, con base en lo que fue vivenciado, la primera persona puede haber vivido, de hecho, más de cien años, mientras que la segunda, tal vez, no más de 30 años.

Cuanto más movilidad presente un espíritu humano, cuanto más vigilante y actuante sea, más vivenciará, en un mismo espacio de registro de tiempo. Exteriormente eso se muestra como una aparente dilatación temporal, esto es, para determinada persona el tiempo parece “estirarse”, de forma a permitir que haga todo lo que se ha propuesto. Interiormente, sin embargo, se da lo contrario. Para esa misma persona el tiempo parece “volar”, de modo que mal consigue utilizarlo, como le gustaría, en la consecución de sus objetivos. No obstante, no fue el tiempo quien voló con tamaña rapidez, sino la propia persona quien actuó diligentemente dentro de él. Fue ella quien “voló” dentro del tiempo, y por eso, solamente por eso, pareció haber pasado tan rápido. Se cuenta que, al final de la vida, Leonardo da Vinci se quejó de no haber tenido tiempo bastante para hacer todo lo que hubiera querido…

Podemos recolectar un sin número de otros ejemplos de esa relatividad en la percepción del tiempo. Basta que estemos profundamente compenetrados en alguna actividad importante, o aún, absortos en el enredo de alguna buena película, y el tiempo “vuela” nuevamente. Por otro lado, mientras estamos atados a la silla del dentista, parece que descubrimos allí el concepto de eternidad.

El espíritu humano se movimienta a través del tiempo, que es inmóvil. El tiempo está, de hecho, indisolublemente ligado al espacio. Tiempo-espacio es el binomio concedido a cada criatura para su desarrollo, esté todavía en la Tierra o en cualquier otra parte de la Creación. Que el tiempo y el espacio están entrelazados, sabemos por la obra En La Luz de la Verdad, de Abdrushin:

“En la Creación nada existe sin tiempo y nada sin espacio. Ya el concepto de la palabra Creación tiene que contradecir eso, pues lo que es criado, es una obra, y cada obra tiene una limitación. Pero lo que tiene limitación no es sin espacio. Y aquello que no es sin espacio, tampoco puede ser sin tiempo.”

(disertación “¡Y mil años son como un día!”)

Fue por haber detectado la estrecha correlación entre el espacio y el tiempo que Einstein fue capaz de formular su teoría de la relatividad. Tiempo, por lo tanto, existe realmente; sin embargo, él no "pasa" por nosotros, como generalmente tenemos la impresión. Nosotros pasamos por él, dentro de él. Por tanto, lo que cambia es nuestra percepción del tiempo, de acuerdo con nuestro propio movimiento interior, nuestra capacidad de vivencia. El concepto de tiempo es lo que es mutable, y no el tiempo realmente.

Aún aquí en la Tierra notamos un cambio en la velocidad de asimilación de los hechos a partir de la adolescencia. A partir de entonces, el tiempo parece correr más rápido, porque es en esa época que el espíritu empieza a actuar. Cuando el cuerpo terreno alcanza un determinado estado de madurez, el espíritu dentro de él pasa a hacerse valer plenamente, y entonces las vivencias se intensifican.

El simple comienzo natural y automático de la actuación espiritual, ya es suficiente para alterar la percepción del tiempo, aunque en escala reducida. No obstante, en casi la totalidad de las personas, el espíritu no actúa como debería a partir de esa época. Al contrario de mantenerse en el control de la situación, como era de esperarse y como es su función, el espíritu se curva ante las imposiciones del intelecto, excesivamente estimulado y unilateralmente desarrollado ya al inicio de la segunda década de la vida. La voluntad espiritual no consigue sobreponerse a la intelectiva y, de esta forma, el espíritu, que es todo en el ser humano, que es el propio ser humano, se vuelve esclavo de su raciocinio, un mero instrumento que le es dado para su utilización durante la vida terrena.

Por eso, toda esa carrera de la vida moderna no se constituye en vivencia para el espíritu. Toda esa aparente riqueza de experiencias cotidianas es, apenas, fruto de la actividad cerebral, que naturalmente sólo puede encontrar valor en cosas materiales, visibles y palpables, enteramente acordes al concepto terreno de espacio y tiempo. Lo que se encuentra más allá del espacio-tiempo terreno, el cerebro humano, por su propia constitución, no es capaz de comprenderlas, mientras que el espíritu, único capacitado para eso, se halla demasiado débil y somnoliento para asumir la tarea.

Si el espíritu del ser humano actuara como debiera, sus vivencias serían inconmensurablemente más ricas. Se transformarían inmediatamente, en reconocimientos duraderos, indelebles, y en evolución. Y la propia ciencia, tampoco precisaría esforzarse hasta el paroxismo para estirar la vida en algunos pocos años, pues podríamos fácilmente vivenciar siglos, durante nuestro corto pasaje por la Tierra.

Un último ejemplo: En 1971, fue realizado un experimento en los EE.UU. para la verificación de lo que se conoció como la "paradoja de los gemelos", según la cual un gemelo que viajase en una nave espacial a una velocidad próxima a la de la luz, al volver a la Tierra, sería más joven que su hermano, pues en una tal velocidad el tiempo pasaría más despacio dentro de la nave. Ocho relojes atómicos de alta precisión fueron separados en dos grupos: cuatro fueron colocados en el interior de un avión, y los otros cuatro se quedarón inmóviles en el suelo. El avión hizo un viaje de ida y vuelta, y al examinar los relojes que viajaran en el interior, se encontró, de hecho, un pequeño retraso de esos relojes en relación a los que estaban en el suelo, lo que indica, a primera vista, que el tiempo a bordo había transcurrido más lentamente, aunque absolutamente despreciable para nuestro valor cotidiano de escala temporal.

Esa experiencia de los relojes atómicos es muy interesante, pues demuestra de forma suficientemente adecuada la interdependencia absoluta entre espacio y tiempo. De acuerdo con la teoría de la relatividad, en una velocidad cercana a la de la luz el tiempo "ralentiza". Parece que sí, pero la realidad es lo contrario. Si una persona, con su cuerpo terrenal, por tanto en su envoltorio grueso-material, pudiese moverse en una nave así tan rápidamente a través del espacio, ella también se movería más rápidamente dentro del tiempo, ya que ambos están interconectados. Así, visto por un observador externo, el tiempo dentro de la nave se ejecutará más lentamente que para el que no se movió a través del espacio. En otras palabras, es como si la nave espacial llegara a su destino en un tiempo menor que lo gastado en su observación. Este efecto puede ser observado, como mínimo, en los relojes atómicos dentro del avión, dada la extrema precisión de esos equipos.

Sin embargo, la mejor manera de viajar en el tiempo es vivir con intensidad cada minuto de nuestra vida terrenal. La experiencia con el espíritu. La tan soñada máquina del tiempo siempre ha estado al alcance de los seres humanos. Es él propio.

Roberto C. P. Junior