Drogas: ¿De Quién es la Culpa?

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Es del drogadicto. La culpa es, fundamentalmente, del drogadicto. Sin él no habrían plantaciones de marihuana y coca, cultivos de amapolas, laboratorios de refinación de entorpecientes, narcotráfico, lavado de dinero, cartel de criminales.

El es quien financia todos esos emprendimientos con un empeño incomprensible y una tenacidad, inconcebible. El es quien cuida de eliminar de sí mismo, cualquier resquicio de dignidad humana, que baja a la más grandes profundidades que alguien pueda llegar a conocer, que destruye toda su vida, a cambio de algunos momentos de placer.

Lucifer no necesitó hacer ningún esfuerzo especial para contabilizar como suyas, esas almas decadentes; ellas mismas fueron, presurosas a su encuentro, ávidas para venderse por algunas míseras y efímeras sensaciones.

¿Cómo se podría entonces, ayudar a un drogadicto? La ayuda es siempre posible, presuponiendo que él quiera ser ayudado, que se esfuerce por salir del charco nauseante que él mismo creó, tan diligentemente, y en donde se zambulló con tanto placer. Apenas después de realizar esfuerzos vigorosos para librarse de su inmundicie particular, es que puede ser considerado realmente como una persona con problemas, desajustada, carenciada, que necesita verdadero auxilio y que merece tenerlo. Antes de eso, no pasa de un ser despreciable, indigno del complemento “humano”, una criatura débil al extremo, un esclavo voluntario, un gusano que no se da cuenta de su repugnancia, que se arrastra en la basura, imaginando flotar en las nubes, un idiota deslumbrado que se viste de lentejuelas, convencido de ostentar oro puro.

El drogadicto se asemeja a un cobarde, que intenta huir de la vida, tirándose dentro de un pozo. La mejor ayuda que se le puede dar a alguien en esas condiciones – que deseó caer en el pozo – es lanzarle una cuerda, y darle coraje para que suba por ella.

Bajar hasta el fondo del pozo, y traer de vuelta a la superficie, en brazos, al candidato a suicida, no lo libera de sus tendencias autodestructivas. Si es sacado del pozo sin voluntad y esfuerzos propios, sus miembros permanecerán atrofiados. Continuará a trastabillar por la vida, tanteando, miserablemente, ofuscado por la luz del Sol que se le ha vuelto extraña, ansioso y tambaleante, en busca del pozo más próximo, para de nuevo dejarse empujar hacia adentro por su omnipresente cobardía. ¿Sería este un auxilio verdadero?

El drogadicto debe ser motivado, sí, a redireccionar su vida, pero no com palabras melosas, apaciguadoras e hipócritas, que lo impidan de reconocer el triste papel que desempeña. Palabras falsamente tranquilizadoras son para el adicto, un entorpecente todavía más peligroso, pues embotan lo que aún le resta de personalidad autónoma.

Es evidante que el drogadicto debe ser sometido a un tratamiento de desintoxicación del cuerpo, desde que se exija de él, de la misma forma, una desintoxicación del alma, un cambio radical de su sintonía interior. Precisa entender, finalmente, que sólo le cabe a él, pasar una goma definitiva, en esta página manchada del libro de su vida.

Condescendencia impropia no restituye al drogado su perdida condición humana; esta, tendrá que reencontrarla él mismo, ya que fue él mismo quien se deshizo de ella. Y no pasa de un acto de falso amor, de caridad mecánica, intentar privarlo del propio esfuerzo de mejorar interiormente, pues con eso se retira de él, anticipadamente, la merecida alegría de redescubrir y reconquistar la propia dignidad.

Solamente el reconocimiento de la propia falta, es capaz de llevar a una persona, todavía buena, a realizar un cambio drástico en su modo de vida, para no volver a equivocarse más. Y es también, este reconocimiento que la motiva a acumular en sí las fuerzas necesarias para eso; presuponiendo, naturalmente, que todavía conserve una pequeña llama de carácter en su íntimo.

El cultivo y el comecio de entorpecentes son uno de los más grandes flagelos de la época actual. Sin embargo, intentar combatir el tráfico y a los traficantes, sin llevar en cuenta al consumidor, conservándolo protectoramente a un lado, es como intentar erradicar una mala hierba podándola a cada tanto tiempo.

Estaríamos viviendo, una situación realmente desanimadora, si los vendavales purificadores que abrazan a la Tierra, no se encargaran de arranzar de raíz esa mala hierba del tráfico y del consumo de drogas, independiente de la voluntad humana y de sus insignificantes esfuerzos en ese sentido. La mala hierba será definitvamente erradicada, de una manera u outra. Por eso, es más que hora que los drogadictos dejen de abonarla contínuamente, si no quieren ser arrancados juntos con ella.

Roberto C. P. Junior