El Antiguo Origen de la Nueva Era

No existe uma definición clara del fenómeno y tampoco se conoce su origen. Cuando mucho, podría decirse que el Movimiento de la Nueva Era es un conjunto de ideas, suposiciones y prácticas preparatorias con vista a una época mejor para la humanidad, donde la paz y la alegría reinarán, en todos los países. Por lo menos, ésta es la expectativa de quienes se enorgullecen de hacer parte del Movimiento, o de quienes son acusados de pertenecer a él.

Esa esperanza en una Era de Oro, o Reino del Milenio, o Reino de la Paz de los Mil Años, es el eslabón en común entre las múltiples vertientes de la Nueva Era. Fuera eso, se asemeja más a un nebuloso agregado de grupos esotéricos, filosofías naturalistas e incontables prácticas místico-ocultistas, todas mezcladas como en un acto alquímico, bajo una única denominación.

Las religiones tradicionales, principalmente las cristianas, no tienen simpatía por la Nueva Era. La ven como a un enemigo, surgido de las sombras y la tratan como tal. Hay seguramente más de una centena de libros alertando a los cristianos sobre los peligros a que están expuestos, ya que no puede haber salvación para apóstatas que ayudan a engrosar las filas del ejército del Anticristo. O de los Anticristos, pues cada nuevo dirigente de una secta o filosofía es un candidato natural – y obligatorio – a Bestia del Apocalipsis.

Sin embargo, a despecho de esos anatemas armagedónicos, el Movimiento prosigue imperturbable en todo el mundo. Crece día a día, convocando un número creciente de adeptos, cuya dificultad más grande, es la de elegir una de las múltiples puertas de entrada, siempre convidativamente abiertas.

No se puede negar que, en las últimas décadas hubo una explosión de conceptos filosóficos sobre la vida, de las más variadas formas y matices. Y tenemos que reconocer que todas ellos se oponen, de un modo o de otro, a la ortodoxía religiosa y al positivismo científico, los dos grandes barcos considerados por la humanidad, seguros y confiables, que siempre acomodaron a los viajeros “normales” durante la jornada de la vida.

Había, es cierto, algunas embarcaciones menores, que seguían en otras direcciones, que no la recorrida, en sentidos opuestos por esas dos grandes naves filosóficas, pero su número nunca fue muy grande, los pasajeros eran escasos y las tripulaciones, permanecían las mismas. Eran poco más que botes exóticos, que despertaban alguna curiosidad cuando observados desde las escotillas de uno de los dos barcos. Nada más que eso.

Ahora, sin embargo, el mar se halla revuelto, repleto de, ya no más botes, sino de amplias balsas, cada cual, siguiendo una ruta distinta. Y todas esas embarcaciones están comprometidas en llevar a sus pasajeros directamente a la tierra desconocida de la Nueva Era.

¿De dónde viene esta seguridad, que hace con que miles de personas aguarden ansiosamente una Era de Paz? Una Era cuyo advenimiento sería inminente.

Esta certeza inquebrantable, que no se deja explicar por actos de raciocinio, está grabada en el alma de la gente. Indeleblemente grabada en sus almas.

En tiempos remotos, los pueblos de la Tierra recibieron la noticia de que un examen esperaba a los seres humanos, cuando el plazo para su desarrollo espiritual hubiera terminado. Y los que pasaran el examen – conocido hoy como Juicio Final – vivirían entonces una Era de Paz, el Reino de los Mil Años. De esta forma, proviene de aquellos tiempos inmemoriales, el origen del saber sobre la Nueva Era. Las reencarnaciones posteriores no borraron este saber, pues solamente el cuerpo cambia, y no el alma del individuo.

En la época presente, en que estamos viviendo justamente, la última fase de este examen final de la humanidad, todo lo que estaba adherido a las almas, aflora repentina e impetuosamente, llegando a la consciencia. De ahí a que tantas personas manifiesten anhelo y aún, convicción íntima sobre la llegada de una Nueva Era, sin saber exactamente cómo tienen conocimiento sobre eso. Gran parte de ellas abandonan entonces los conceptos religiosos y científicos tradicionales y buscan otros caminos, en los cuales la Era de Paz no sea vista como una utopía de la fantasía, y sí, aguardada con absoluta seguridad.

Sin embargo, si es correcto que las naves de la religión y de la ciencia no llevan a sus ocupantes a la Nueva Era, puesto que ni siquiera admiten esa posibilidad, las innúmeras otras embarcaciones tampoco lograrán éxito en su empresa. La irrefrenable decadencia espiritual de la humanidad, que dura milenios, ya no permite que se reconozca el rumbo seguro en esa dirección.

No son los dogmas religioso-científicos, ni los contorsionismos místico-ocultistas que puedem habilitar a alguien, a transponer el Juicio Final y hacerlo entrar en la Nueva Era. Solo existe un camino, el más simple, y por eso, el más despreciado por el ser humano hodierno, esclavo que es, de su incorregible presunción intelectiva.

Este camino, exaustivamente repetido y explicado por los profetas de tiempos antiguos, y posteriormente por el propio Hijo de Dios, Jesús, es el de vivir en conformidad con las leyes que rigen a la Creación, sintonizando pensamientos, palabras y actos con el sentido de esas leyes primordiales. Quienes, hoy, cumplen esto, demuestran haberse desarrollado de la manera correcta. Por esa razón, el modo correcto de vivir se constituye también, en la única embarcación preparada para la travesía del Juicio Final, capaz de enfrentar las terribles tormentas que se avecinan, y de llegar, en seguridad, a la Nueva Era.

Roberto C. P. Junior