“Deep Blue”, todavía

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Ahora que los ánimos están más serenos, y que el polvo del terremoto del ajedrez mundial se está asentando, permitiendo, por lo tanto, una visión más clara e imparcial, vamos a tratar de analizar el significado de la derrota del jugador de ajedrez Kasparov, para la computadora de IBM, “Deep Blue”.

El mismo Kasparov encaraba el match como una confrontación entre la humanidad y la computadora, algo así como una pulseada entre criatura y creador. Tanto es así, que se indignó cuando se encontró con una bandera rusa de su lado y una de los EUA del lado opuesto.

La gran mayoría de los simpatizantes, aficionados, y analistas del ajedrez también vislumbró la disputa bajo ese prisma maniqueísta, desde el cual no había dudas sobre quién saldría vencedor. Por eso, la realidad de la derrota fue especialmente dolorosa para muchos de ellos. Por toda parte, pasmo y perplejidad: “¡La máquina venció al ser humano!” “¡La computadora va a dominar el mundo!” “¡La humanidad fue derrotada!”

Si una computadora vence al mejor jugador de ajedrez del mundo, entonces, es posible afirmar con seguridad que la máquina puede, realmente, jugar ajedrez mejor que el más experimentado ser humano. Más aún, que la máquina puede tener más inteligencia que el ser humano, por lo menos, más inteligencia para jugar ajedrez. De esa constatación proviene la inconformidad y la indignación de tantos. Sin embargo, esto demuestra dos cosas:

  1. Que la habilidad para jugar ajedrez es fruto exclusivo del desarrollo del raciocinio, de la capacidad intelectual, y que esa capacidad está restricta, solamente, al ámbito de la materia. Justamente por estar ligada exclusivamente a la materia, es posible transferir una capacidad intelectiva de análisis a un objeto material perfeccionado, a una máquina especialmente direccionada para esta finalidad. Una “inteligencia fría”, capaz de analizar incansablemente 200 millones de posibilidades por segundo, demostró ser más eficaz que una inteligencia personal, entrenada durante décadas para la habilidad específica de jugar al ajedrez, y que naturalmente, juzgábamos superior a un montón (bien conformado y elaborado) de circuitos de silicio.

  2. Que la perplejidad reinante ante la victoria de la máquina demuestra cómo la humanidad, de una manera general, se ha esclavizado indisolublemente al intelecto, considerándolo como su más precioso bien. Pues, si no fuera así, los comentarios serían muy otros. Nadie le daría tanta importancia a la derrota para una máquina, en una prueba que sólo requería habilidad intelectual.

La computadora venció una prueba que exigía apenas raciocinio, ninguna requisición al espíritu, a aquello que hace de un ser humano realmente un ser humano. Deep Blue no tiene la capacidad de intuir lo cierto y lo equivocado. No tiene libre-arbitrio. Es incapaz de amar. No lleva dentro suyo, el impulso irrefrenable de saber quién es, qué hace en la Tierra y quién la creó… Es un objeto muerto, que, en la bien humorada observación de un reportero, ni siquiera fue capaz de conmemorar su victoria. Pero, los seres humanos, que hace mucho sumergieron su espíritu vivo – así como su voz , la intuición – bajo los desmanes de un intelecto cada vez más tirano, creen realmente que la humanidad fue derrotada por la máquina.

Y, sin embargo, quien ha derrotado a la humanidad intelectualizada de hoy, ha sido ella misma, y eso, en un proceso que viene desde hace milenios, cuando pasó a considerar su raciocinio, un mero instrumento de utilización terrena del espíritu, como su más valioso e importante bien. Más valioso incluso, que el propio espíritu.

Puede decirse que la mayor parte de la humanidad cometió un largo suicidio espiritual, rebajándose paulatinamente, por propia voluntad, hasta alcanzar este actual estado personal, que poco la diferencia de los animales, percibiendo a su alrededor apenas lo meramente terrenal. Deep Blue demostró a la mayor parte de los seres humanos hodiernos, esclavos de su intelecto, el triste e insignificante papel que actualmente desempeñan en el conjunto de la obra de la Creación. Seres repletos de arrogancia intelectual, y, aún así, tan pobres de espíritu, capaces de estremecerse delante de una derrota en una prueba que no exigía nada, además de técnica, la que nunca ha tenido, ni jamás tendrá en si, vida.

Roberto C. P. Junior